Lamento no compartir el entusiasmo «tomasista» de mi periódico, que dedica la portada, el «punto de mira», el editorial, y cuatro páginas completas de «primera plana» a la actuación del torero de Galapagar en la plaza Monumental de Barcelona, en la que toreó seis toros, seis, de Núñez del Cuvillo, Victoriano del Río y El Pilar. Me considero un viejo entusiasta del toreo de José Tomás, pero lejano al histerismo. Y agradezco, como español y aficionado, los gestos que ha protagonizado José Tomás en Barcelona, en donde las corridas de toros han sido amenazadas con la prohibición por parte de los nacionalistas y algunos socialistas. José Tomás ha demostrado en numerosas ocasiones que es un torero fuera de serie y un excepcional asesor de su propia imagen. Siempre su arte sobrevolando lo demás, pero también hay que centrarse en lo demás, que es bastante.
La Monumental de Barcelona es una bellísima plaza, pero escrito sea con sinceridad, con muy poco peso en el mundo de la tauromaquia. Había toreado Belmonte en Córdoba la misma tarde que «Joselito» en Barcelona. Le dieron el parte a Juan. «José ha cortado dos orejas en Barcelona»; Belmonte endureció el gesto: «Pues lo siento por José». El público de Barcelona es heroico, aficionado y alegre, pero excesivamente generoso para escapar de su soledad. Cinco orejas a José Tomás. Leo las críticas de los más «tomasistas» y coinciden en la extralimitación del premio. Gestos como el de José Tomás son necesarios e imprescindibles para que la Fiesta se nutra de nuevos aficionados. Pero hay que elegir mejor los sitios para los gestos. Las ganaderías para los gestos y los públicos para los gestos. No sólo en la antipática Plaza de las Ventas de Madrid le habrían devuelto a los corrales a la mitad de sus toros barceloneses. También en Bilbao, e incluso en Sevilla, que en la última Feria ha tragado con toros de infantil presencia. El valor de encerrarse con seis toros en Barcelona es político, y no sólo lo aplaudo, sino que lo ovaciono, me quito el sombrero y se lo lanzo al ruedo al maestro con emoción y gratitud. Otra cosa es el aspecto taurino. De todas partes de España viajaron a Barcelona centenares de aficionados. La reventa se forró. Ambiente indescriptible. Todo bueno para la Fiesta. Pero un público viajero siempre está predispuesto a amortizar la ilusión del viaje. Y el que viaja para ver torear a José Tomás, acaricia su pañuelo blanco con anterioridad al paseíllo.
Reto político a los intolerantes e ignorantes dirigentes nacionalistas, tan valiente como necesario. Reto taurino, menos. José Tomás ya no torea lo que le sueltan, sino lo que elige. Se forjó haciendo arte supremo con toros de las más complicadas ganaderías, que hoy no quiere ver ni en pintura. Es un maestro diferente y prodigioso, pero se ha acomodado. Antonio Ordóñez, bien cumplidos los cuarenta años, reapareció en Madrid con una corrida del Conde de la Corte. La importancia taurina –y siento escribirlo–, no está en Barcelona. Enciérrese José Tomás en Madrid, o en Bilbao o en Sevilla con seis toros indudables, y veremos qué pasa. Lo de Barcelona, perfecto como gesto cívico. Lo demás, una generosa cosecha de «tomasismo», esnobismo e histerismo colectivos.
Artículo: Alfonso Ussía, para La Razón
Fotografía: Faricle
La Monumental de Barcelona es una bellísima plaza, pero escrito sea con sinceridad, con muy poco peso en el mundo de la tauromaquia. Había toreado Belmonte en Córdoba la misma tarde que «Joselito» en Barcelona. Le dieron el parte a Juan. «José ha cortado dos orejas en Barcelona»; Belmonte endureció el gesto: «Pues lo siento por José». El público de Barcelona es heroico, aficionado y alegre, pero excesivamente generoso para escapar de su soledad. Cinco orejas a José Tomás. Leo las críticas de los más «tomasistas» y coinciden en la extralimitación del premio. Gestos como el de José Tomás son necesarios e imprescindibles para que la Fiesta se nutra de nuevos aficionados. Pero hay que elegir mejor los sitios para los gestos. Las ganaderías para los gestos y los públicos para los gestos. No sólo en la antipática Plaza de las Ventas de Madrid le habrían devuelto a los corrales a la mitad de sus toros barceloneses. También en Bilbao, e incluso en Sevilla, que en la última Feria ha tragado con toros de infantil presencia. El valor de encerrarse con seis toros en Barcelona es político, y no sólo lo aplaudo, sino que lo ovaciono, me quito el sombrero y se lo lanzo al ruedo al maestro con emoción y gratitud. Otra cosa es el aspecto taurino. De todas partes de España viajaron a Barcelona centenares de aficionados. La reventa se forró. Ambiente indescriptible. Todo bueno para la Fiesta. Pero un público viajero siempre está predispuesto a amortizar la ilusión del viaje. Y el que viaja para ver torear a José Tomás, acaricia su pañuelo blanco con anterioridad al paseíllo.
Reto político a los intolerantes e ignorantes dirigentes nacionalistas, tan valiente como necesario. Reto taurino, menos. José Tomás ya no torea lo que le sueltan, sino lo que elige. Se forjó haciendo arte supremo con toros de las más complicadas ganaderías, que hoy no quiere ver ni en pintura. Es un maestro diferente y prodigioso, pero se ha acomodado. Antonio Ordóñez, bien cumplidos los cuarenta años, reapareció en Madrid con una corrida del Conde de la Corte. La importancia taurina –y siento escribirlo–, no está en Barcelona. Enciérrese José Tomás en Madrid, o en Bilbao o en Sevilla con seis toros indudables, y veremos qué pasa. Lo de Barcelona, perfecto como gesto cívico. Lo demás, una generosa cosecha de «tomasismo», esnobismo e histerismo colectivos.
Artículo: Alfonso Ussía, para La Razón
Fotografía: Faricle
Estoy absolutamente de acuerdo con tu apreciación. Reconociendo el magisterio de un torero de época, hay que empezar a afirmar que comienza a dar señales claras de acomodo. Lo malo que tienen los genios es que son exigidos al nivel de su capacidad... y a José Tomás hay que exigirle más, porque hemos visto ya mucho más. Barcelona no es Madrid, ni Sevilla, y el ganado elegido a dedo en el campo no es lo que uno puede encontrarse en el Valle del Terror.
ResponderEliminarUn saludo de un lector asiduo.