viernes, 4 de abril de 2008

De tal palo... tal martillo...

Manuel Antonio Santiago Cabello y Rafael Díaz Algaba tienen muchas cosas en común. Ambos «calzan» 15 años; estudian tercero de ESO y, como los chavales de su edad, les gusta divertirse con sus amigos. A ambos, igualmente, les apasiona la Semana Santa. Pero también tienen algo en común que, quizá, les diferencia del resto de su generación: son la continuidad de dos de las dinastías más señeras de la Semana Santa de Sevilla, la de Santiago y la de Díaz Palacios.

Manuel Antonio es hijo de Antonio Santiago y nieto del recordado Manuel Santiago. Rafael es hijo de Rafael (Fali) Díaz Talaverón y nieto de Rafael Díaz Palacios. Y ambos ya saben lo que es la responsabilidad de mandar una cuadrilla de costaleros, de tocar el martillo en las más importantes cofradías hispalenses.

Manuel Antonio Santiago debutó hace dos años al frente del paso de palio de María Santísima de la Paz, imagen por la que su abuelo sentía especial devoción. Rafael (Falito) Díaz Algaba lo hizo el año pasado en la Hermandad de Los Javieres. El nieto de Manuel Santiago recuerda que comenzó a meterse en este mundo «en los ensayos de los viernes en la Macarena en 2005. Mi padre me decía que fuese como una esponja, que me empapase de todo».

Y ese mismo año, cuando el Domingo de Ramos estrenaba Semana Santa, Manuel Antonio llamó en el palio de La Paz. «Estaba un poco nervioso, sobre todo por la responsabilidad. Lo bueno es que conozco a la gente de abajo y eso hace que te sientas respaldado».

A pesar de su edad tiene las cosas muy claras. «En este mundo nunca se acaba de aprender. Hay que seguir aprendiendo cada día, en cada ensayo. Delante de un paso hay que tener una serie de responsabilidades y mejorar siempre, en cada detalle, en las levantás, en cómo se mueven los pasos...»

Tiene en su mente la primera llamada que hizo al palio de la Macarena, «debajo del Arco. Fue impresionante», y dice quedarse con todas las hermandades que manda su padre «porque cada una tiene su sello y su forma de andar». El hecho de mandar pasos todos los días de la Semana Santa no le cansa, porque «cuando algo te gusta no te aburres. Lo que tengo claro es que de mayor quiero seguir dedicándome a esto», si bien en cuanto a profesión -también es contundente- quiere estudiar la carrera de Arquitectura.

Antonio Santiago, su padre, recuerda que cuando Manuel Antonio tenía 12 años «le dije si quería venir con nosotros. Él, tímido, me decía que «para el año que viene». Y fue al año siguiente cuando comenzó a venir a los ensayos».

«Siempre le he dicho que esto del martillo no es obligatorio -abunda- y que lo primero son los estudios. Acude los viernes al ensayo de la Macarena y los sábados, que intercalamos los del Cristo de Burgos y la Sagrada Mortaja».

Recuerda con especial emoción la llamada que hizo al palio de La Paz. «Algo inolvidable porque me acordé mucho de mi padre. Fue su estreno y sabiendo la devoción de mi padre por esta Virgen... su abuelo hubiese dado lo que fuese por verlo».

Como consejos, tiene muy claro Antonio Santiago que «debe observar todo. Más que tomar decisiones, hay que aprender, ir cogiendo las medidas y los volúmenes de los pasos. Y que siempre esté con los costaleros», y dice verlo «muy responsabilizado, formal y serio en ante los pasos. Hay que tener en cuenta que es un chaval de 15 años, pero se empapa de todo, tanto en los ensayos como cuando realizamos la estación de penitencia. Irá aprendiendo con los años y será entonces cuando tenga más don de gentes».
Delante de Los Javieres
Por su parte, Rafael Díaz Algaba, Falito para su familia y para los costaleros que manda, se estrenó el pasado año mandando el paso del Cristo de las Almas, de la Hermandad de Los Javieres, si bien sabía ya lo que era el mundo del costal. Dice que «si se pueden compaginar las dos cosas, costal y martillo, mejor». Empezó a meterse debajo muy pronto y con 12 ó 13 años comenzó a mandar, a irse rodando, porque desde muy chico es un fanático de la Semana Santa.
Asegura que a pesar de la responsabilidad que supuso mandar entrando en la Carrera Oficial, cuando más disfrutó el pasado año fue «a la vuelta».

Tiene muy presente los consejos tanto de su padre y de su tío Eduardo como, sobre todo, los de su abuelo Rafael Díaz Palacios. «No hay nadie como mi abuelo en Sevilla», dice con orgullo y convencido, mientras que reconoce que los consejos de su padre «también son exactos en cada momento».

Por eso, tiene siempre presente que «hay que estar muy seguro de lo que se hace delante de un paso, estar atento y, como dice mi abuelo, no perderle nunca la cara a los pasos». Se fotografía con su padre, su tío y su abuelo ante las imágenes de la Piedad del Baratillo, cofradía con la que, hace ya treinta años se estrenó su abuelo. «Mi padre me ha echado varias broncas cuando las cosas no se hacen bien, pero son broncas cariñosas», y reconoce que los hombres del costal le tratan «como a uno más, porque los conozco bien y soy amigo de ellos», aunque si la cosa se pone seria llega el abuelo y se escucha «¡cuidado, que viene el grande!», y todos a ponerse firmes.

Orgullo de abuelo
Mientras escucha atentamente las palabras de su nieto y de sus hijos, Rafael Díaz Palacios no puede evitar emocionarse y que se le escapen las lágrimas. «Ya tengo una edad pero me siento muy orgulloso de la unión que tengo con mis hijos y con mi nieto. Me siento arropado por todos ellos».

Asegura que los mismos consejos que le dio a Fali, Eduardo y Paco -aunque este último decidió dejar el martillo- son los que le da a Falito. «Darse a querer y respetar por todos. Prefiero una reunión de amigos que una de costaleros. Porque para mí, para mis hijos y para mi nieto, los costaleros son amigos».

Mira con ternura cuando Falito habla a los de abajo. «Ellos se vuelven locos con él porque hay muchos muy jóvenes y se sienten identificados. Cuando manda el nieto se siente muy a gusto y compenetrados, aunque a veces (sonríe) haya que ponerlos firmes».

Rafael Díaz Talaverón, su padre, dice que Falito es de los que les gusta «la batalla» mandando, y tiene claro que su hijo «está aquí porque vale. No se trata de que sea de la familia. Para esto hay que valer. Si no, es mejor dedicarte a otra cosa. Recuerda que hizo la primera llamada cuando tenía 3 años, en la calle Pastor y Landero, y él le dijo a los suyos: «atentos que esta llamada va de verdad». Y lo fue.

Rafael Díaz Palacios se dirige a los tres -Fali, Eduardo y Falito- y les dice que, aparte de seguir la línea que llevan y continuar aprendiendo, «porque aquí nunca se acaba de aprender», deben sobre todo «tener el máximo respeto y cuidado con la gente de abajo, porque sin ellos no seríamos nada. Hay que coger lo bueno del mundo del costal y quitar lo malo, y siempre adaptarnos a la evolución de las circunstancias». Y lo más importante, «no imponer nada en cada una de las cofradías que sacamos, sin mantener el sello que tienen».

Tanto Manuel Antonio Santiago como Rafael Díaz Algaba toman, cada día, buena nota de lo que dicen sus padres, el abuelo y el tío. Y es que de tal rama... tal martillo. Por fortuna para el mundo de los capataces de la Semana Santa de Sevilla.

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