Como un llamador que con sus golpes convoca la atención de los costaleros, han sonado las notas finales de "Amargura" a las que todos por dentro le decimos un óle que nos sale del alma. Nos han avisado esos golpes de llamador para meternos bajo la trabajadera. Y es como si los hubiera dado el magisterio del capataz que tenía nombre de escultor del Barroco, Ariza el Viejo, pues imágenes efímeras de perfección en el tiempo modelaba. Como si estuviera llamando Alfonso Borrero, con todo el arte de la colla del muelle con que creó las levantás a pulso...a pulso de corazones. O Manolo Bejarano, poderío de una voz de hondura trianera y frescor de mañana agosteña con nardos de la Virgen. Como si llamara la reciedumbre de Salvador Dorado, el único Penitente que ha habido con macho dentro de la tela del antifaz de su hombría, que fue su valentía para salvar de las llamas cobardes, fratricidas y asesinas a su camarada trianero, el Cristo de la Expiración. Es, en fin, como si fuera a llamar, perfección y medida, Sevilla clásica de palio de cajón, el señorío del maestro Rafael Franco Rojas.
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