Estaban a punto de estallar, como bombas de color, que han de inundar nuestros parques y plazas. En las calles, pronto el reverdecer de las hojas de los arboles, harán presentir una nueva vida que ha de Resucitar. Sin embargo, ante el musitar de la naturaleza, que tan despacio nos traslada a la época del año mas soñada, la mente, nos lleva una y otra vez, como por arte de magia a una calle, a una fachada, en la que todavía, y aunque hace ya mucho tiempo, podemos ver la sombra en una noche de finales de marzo o comienzos de abril, cuando la candidez de la luna, y aun a pesar, del relente de la caída de la noche, hace que el tiempo se detenga.
La sombra no está quieta. Parece que respira, porque la silueta que dibuja, sí que esta parada. Tan solo se vislumbra el roce del aire. Aun no se ve, porque la esquina juega al esconder, y la sombra sirve de antesala a lo que ha de recobrar vida pronto, con el sonido de atención de tres golpes, en el silencio bullicioso de esa esquina.
Cuando el corazón, vuelve a la latir tras ese descanso, y el motor humano de ese armazón vuelve a tener movimiento, la tranquilidad invadirá de nuevo el alma, de manera que esa esquina querrá ser el lugar, donde quieras que la música no acabe y que el paso del costalero sea corto, muy corto, en su maniobra. El movimiento de la túnica de ese Nazareno ira a compas del latido de tu ser. O el tintineo de las bellotas al chocar con el varal, será esa respiración acompasada que dé aire a la vida cofrade.
La mirada se clavará en esa cara, o quizás en esas manos, que irán amarradas. La mirada hará de la mejor de las maquinas concebidas, para grabar en cada espacio de tu ser un momento que nunca será igual aunque la esquina se repita año tras año.
La noche, la caída de la tarde, la música, el sonido, el detalle, la cera derramada y cadenciosa golpeando en el candelero, la flor que lo acompaña, el olor que inunda el espacio tras un incensario inmóvil y humeante, el bullicio o el silencio del momento, la oración por la que pides, el rezo por el que das gracias, el recuerdo de quien te llevó allí por primera vez, la mano que apretabas cuando la barbilla te temblaba, el brillo de la mirada de quien a tu lado comienza a estrenar retinas por primavera, y a retener esos instantes, el cansancio de los años que te achantan, la estampa que has guardado en el bolsillo y que aprietas como aferrándote a la vida.
Nada de esto y mil cosas más, será igual ninguna tarde nunca, en ese mismo lugar.
Nunca el rio que te baña es el mismo rio. Nunca la espera, será la misma espera.
La tarde me ha llevado a recordar. ¿Qué deparará la tarde cuando vuelva a ella, otra vez a soñar?